"La Primavera" de Sandro Botticelli
También llamada La alegoría de la
primavera, es una pintura de temple de huevo sobre tabla
(203 x 314), realizada por Sandro Botticelli hacia 1478 o 1480-1481. Perteneció
a la colección de la familia Médicis y se muestra en el Museo de los Uffizi de
Florencia desde 1815.
Tiene un tono de narración
situada fuera del tiempo real, presentándose en una atmófera mitológica. El tamaño monumental de la pintura La primavera, propio en aquella época de un fresco o de un tapiz de gran
formato, permite diseñar unos personajes de tamaño natural y poderoso efecto
teatral, de modo que el espectador se siente inmerso en una escena próxima.
El fondo
(manteniendo una lectura de izquierda a derecha) presenta un paisaje boscoso de
naranjos, árbol asociado en el Renacimiento a los dioses y al Juicio de Paris,
un mirto en el centro (exaltando a Venus), y laureles como referencia a las
ninfas de los bosques y fuentes, así como también al escudo heráldico de Lorenzo
de Pierfrancesco de Medici (primer propietario de la pintura).
El suelo parece
un típico prado florido florentino, con una hierba muy oscura poblada de un
auténtico catálogo botánico de flores toscanas. Varias de dichas especies porta
Flora en la cabeza: violetas, aciano y fresas
silvestres; en el cuello una corona de mirto (lo que la asocia con Venus); en
el manto unas rosas; y esparce una lluvia de nomeolvides, jacintos, iris,
siemprevivas, clavelinas y anémonas hacia la tierra.
Según la interpretación mitológica los personajes se
encuentran en un alegórico Jardín
de las Hespérides: el primero a la derecha es Céfiro, viento de primavera
que rapta por amor a la ninfa Cloris (para los griegos una ninfa de la tierra y los
bosques, convertida por el latino Ovidio en la diosa de la brisa, de cuyos
labios surgen flores como símbolo de que pide ayuda a Venus) , embarazándola; hacia el reposo que preside la transformación de Cloris en la
triunfante Flora (diosa de la vegetación). Los tres cuerpos se unen gracias a
los brazos extendidos, el juego de luz que vemos en la transición de la
relativa oscuridad de Céfiro hacia la luz blanquecina de Cloris y el rico
colorido de Flora, vestida con ropas floreadas.
La escena
central representa la quietud serena de la diosa Venus (la Afrodita griega),
situada en un plano ligeramente más elevado y alejado, enmarcada por un claro
del bosque a guisa de halo celestial y vestida al modo de las vírgenes antiguas
y cristianas; su postura de contraposto y el brazo levantando así como, sobre
todo, la presencia encima de su hijo Cupido (el Eros griego), que con los ojos
vendados, lanza sus flechas amorosas (se intuye que antes lo ha hecho a Céfiro,
iniciando la secuencia, pero ahora apunta a una de las Gracias, Castitas),
introducen una nota de transición de nuestra vista hacia la parte izquierda.
En este sector entonces, hay dos escenas,
con otros cuatro personajes en el plano terrenal. En la primera las Tres
Gracias bailan sobre un centro formado por sus brazos extendidos, y sus
vestiduras, vaporosas clámides de delicadas veladuras, están entre las mejores
transparencias renacentistas antes de Leonardo, que no en balde aprendió la
técnica al lado de Botticelli en el taller del gran Verrocchio.
El detalle de
las Tres Gracias enlaza con un concepto metafísico de la belleza, como se
reconocía ya en tiempos antiguos, cuando Crisipo las consideraba una expresión
de la generosidad, y Séneca, en De Beneficiis, las consideraba el resultado de las tres acciones de la
generosidad (dar, recibir y devolver), ideas que recupera el Renacimiento,
cuando los neoplatónicos de Florencia consideran a las Tres Gracias una
expresión hermético-mágica del número 3 realzada por la danza cortesana (de
tradición órfica) que seduce; del principio religioso trinitario de las tres
naturalezas de lo divino; del círculo espiritual del Universo como símbolo de
la totalidad; y de los placeres intelectuales ligados a las Musas del Olimpo.Aún más a la izquierda se nota Mercurio (Hermes), el mensajero de los dioses, representado con las alas en los pies.
Los nueve personajes están trabajados con un
naturalismo idealizado de canon alargado (un antecedente de la estilización de
las figuras al gusto manierista), una actitud ensimismada y serena, con unos
cuerpos vestidos con túnicas mecidas por el viento que insinúan las formas
corporales y otros cuerpos desnudos o apenas cubiertos con sedas transparentes,
características todas ellas que acentúan a la vez su sensualidad y espiritualidad.