En un valle remoto de la ciudad india de Dharamsala, situado en la zona más occidental del Himalaya
a menor altitud, a tan sólo 3800 metros, se reúnen los peregrinos que han traspasado desfiladeros
de hasta 5000 metros de altitud, los más grandes del mundo. Ha sido un duro viaje, pero todos vienen
porque son seguidores de una religión con 2500 años de tradición. Les anima el vivir la experiencia
de una de las más sagradas ceremonias budistas, el kalachakra, que significa la rueda del tiempo.
El Dalai Lama, el Dios Rey del Tibet preside el kalachakra, el hombre cuyos discípulos creen la
encarnación del mismo Buda. El Dalai Lama es un refugiado político, exiliado en la vecina India como
otros 150.000 compatriotas. Es el líder religioso y político de seis millones de tibetanos, cuyo título
significa “Océano de sabiduría” y sus seguidores creen que en los últimos 600 años ha muerto 13
veces y que en cada ocasión, su alma ha retornado a un nuevo cuerpo terrenal.
El Dalai Lama pronuncia el mensaje budista de la impermanencia, un mensaje que da fuerza y
resolución a una multitud de 40.000 seguidores, para hacer frente a la tragedia y al cambio.
El mensaje les proporciona la capacidad de permanecer esperanzados, incluso cuando parece que
lo han perdido todo. Este semblante exterior oculta la profunda desesperación del Tibet.
La ceremonia del kalachakra se celebraba en el pasado cada veinte años; en la actualidad, el ritual
ha abandonado su rigidez y se celebra anualmente. De esta manera, se obliga a girar más rápidamente
a la rueda del tiempo. Es una forma de encauzar una crisis que ha llevado a la civilización tibetana al
límite de su desesperación.
El kalachakra es un ritual de preparación para el fin de todas las cosas, pues los budistas creen que
el mundo está entrando en una era apocalíptica de completa destrucción de tiempo y espacio.
La ceremonia tiene una semana de duración y durante este tiempo los monjes trabajan día y noche
confeccionando un enigmático tapiz como cirujanos del corazón, utilizando unos delicados instrumentos
en forma de embudo, pero sus conocimientos sobre el corazón humano no descansan en la ciencia médica
sino en el amor y la compasión. No realizan un trabajo minucioso para aliviar a un paciente de una dolencia
material, sino para salvar a cada ser vivo del sansara: el ciclo de nacimiento, vida, muerte y reencarnación,
y para sanar el corazón de un mundo en crisis.
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